La muerte del eminente profesor Norman Pardo Gutiérrez es una lamentable pérdida
Jorge Raad Aljure
Academia de Medicina de Caldas
Con el fallecimiento del sabio Norman Pardo Gutiérrez se cumple la inexorable realidad de que todo es finito en el orbe. El médico marcó una época que difícilmente regresará tanto a la Escuela de Medicina de la Universidad de Caldas como a los espacios que él llenó con su agudeza mental y sus maneras de comportarse en los diferentes escenarios en los cuales le correspondió actuar.
Ya no se oirán las famosas anécdotas del profesor Pardo en donde él era actor principal y por lo tanto imperaba el profundo respeto hacia su persona, independientemente de la hilaridad que provocaba en los contertulios. Tampoco, se contará con sus enseñanzas para tenerle como insigne maestro.
Médico chinchinense, que nació a finales de 1926, decano de quienes nacieron en la tierra de la industria cafetera y se hicieron artífices emuladores de la vocación de Hipócrates, Avicena, Galeno o Moshé Maimónides, lo cual demostró con sus 78 años vividos inmerso en un mundo que él ayudo a construir y que afortunadamente perduró en su labor frente a los suyos, sus discípulos, sus colegas y todo aquel quien de una y otra manera se cruzó con el profesor Norman Pardo.
Egresó de la Universidad de Antioquia como orgullosamente Doctor en Medicina, título que le refrendaba toda su vocación, graduándose el 17 de noviembre de 1952.
Como otros profesores de la Universidad de Caldas viajó a Nueva Orleans, e hizo parte del selecto grupo de profesores que se especializaron en la Universidad de Tulane de la cual egresó el 1 de julio de 1960 luego de dos años de actividades académicas como residente en Neurología,
De inmediato ingresó como profesor a la Universidad de Caldas en la cual permaneció hasta el 30 de junio de 1983 como profesor de planta y luego como catedrático altamente reconocido.
El maestro Norman Pardo estuvo vinculado siempre a la neurología tanto desde el enfoque anatómico, como clínico y quirúrgico, dependiendo la mayor parte de su vida académica de las directrices de medicina interna en todos los años en que le correspondió ejercer su magisterio.
Era el maestro Norman Pardo un convencido de la identidad docente por encima de cualquier otra consideración. Por lo tanto, no le interesaron las funciones administrativas ni los escalafones universitarios ni los honores, considerando que servir a la Universidad era un inmenso reconocimiento.
Con las cualidades humanas que poseía eran un convencido de su papel como profesor y guía, lo cual no siempre coincide en docentes, que su sola presencia, sus maneras personales, su léxico, su ética y el respeto por los demás eran una carta de presentación insustituible en la Universidad de Caldas.
Estaba lejos de buscar reconocimientos y le parecía que eran adornos que no se compaginaban con el pedestal de un docente. Ello como demostración de su independencia en lo conceptual y mental. No fue proclive a consideraciones religiosas, pero como otros docentes respetuoso de los demás en este campo.
Fue un convencido de sus ideas liberales las cuales nunca se interpusieron entre él y quienes lo rodeaban. Nunca transigió con los tránsfugas y tampoco aceptó que su bien cimentada concepción política fuera motivo de molestias en las relaciones interpersonales.
Pensó y practicó siempre los tres mandatos franceses꞉ igualdad, fraternidad y libertad. Su vida estuvo signada por ellos, lo cual hacía de él una espacial persona.
A pesar de su seriedad en muchos momentos, sus colegas disfrutaron de su humor, nunca chabacano, siempre con el sello de la inteligencia y la perspicacia.
Con sus colegas de especialidad principalmente con Ramiro Sierra tuvo una relación deferente, de absoluto respeto e independencia frente a los diagnósticos clínicos y decisiones terapéuticas.
El profesor Norman fue un hombre que valoró su palabra empeñada e hizo que sus estudiantes tuvieran la visión de un médico comprometido con el mundo que lo rodeaba y le dolía el país y las decisiones de los gobernantes que no se ajustaban a la democracia verdadera esperada ilusamente por todos.
El maestro Norman Pardo era un buen lector en especial de las directrices que emanaban de editorialistas y conceptos de columnistas de El Tiempo. Tenía las bases, incluyendo las morales, para criticar lo que leía y expresar libremente su inconformidad, cuando era del caso, para lo que se planteaba en el periódico.
Fue un humanista, pero muy pocas veces reveló esta faceta, lo hacía por su propia convección, pero le servía para hacer sus planteamientos ante sus conocidos, porque definitivamente era una persona tímida y en los tímidos la profundidad se valora con notas sobresalientes.
Con Ofelia Trujillo formó una familia que mantuvo incólume. La presencia de sus hijos lo fortaleció y se constituyeron en el acicate de su vida. Cada hijo a recorrido su vida con las enseñanzas y ejemplos de los padres. Con ellos el maestro Norman completa su ciclo terrenal y queda para toda la vida la inolvidable presencia de un ser integral como Don Norman.
Manizales, septiembre 25 del 2023